lunes, octubre 18, 2004

NI SIQUIERA EL ÚLTIMO

No fuí el primero. Fuí el decimoséptimo, ni siquiera el último. Me escogió entre el deiciséis y el dieciocho, en un bar de carretera, un domingo.

Imaginé como sería conmigo, dónde y cómo nos encontraríamos, si cabalgaría yo bien entre sus dedos, la manera que tendría de acariciarme, el sabor de sus labios.
Soñaba con satisfacerla, que yo y ninguno más, que aprovechar cada instante juntos, que inseparables, que agonizar entre sus manos, pensaba. Pero no fue nada de eso. Ya digo, no fui el primero. Ni tampoco como imaginaba.

Entre cafés, sin azúcar, sin ventanas. Sucedió entre el postre y la cuenta, en mitad de una pelotera, después de un violento "Bien, te escucho". Entonces me eligió sin ganas, lo noté en seguida, apenas caricias, casi besos. Cortos, secos, sin gracia. Me hizo sentir como uno más, como otro de tantos. En resumen cuatro pitadas mal dadas, y para colmo, va a la mitad y mi apaga. Y entonces el indigno final. Lo peor que le puede pasar a un cigarrillo. Me ahogó, me mató, me enterró bajo una ramplona yema de huevo frito. Y encima sosa.

la mosquita

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