martes, marzo 01, 2005

CERTEZAS A LAS SIETE CUARENTA Y CINCO DE LA TARDE

Se percató, mientras el codo de la señora del jersey rosa se le hincaba en la espalda, justo en el instante en que unos ojos la escudriñaban con curiosidad embarazosa. Allí mismo, en el tercer vagón de la línea añil; cuando se abrían las puertas, repasó todo lo que se habían dicho y entendió que ni la encontraba atractiva, ni la consideraba inteligente. Que sólo era una compañía agradable, alguien que le halagaba constantemente y le reía sus gracias, alguien que jamás resultaría peligroso, precisamente por su incapacidad para hacerle sombra. Y así con la certeza de quién lo sabe todo, salió del metro. Dejando que las lágrimas que le arrancaba el aire helado, corriesen por sus mejillas. Pensando si tendría pan para cenar mañana.

La mosquita.
Posada en el filo de una copa de vino.
zzxzxywzzz... hip!

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