La espera
Y esperó y esperó hasta que se dió cuenta de que era algo absurdo, la propia espera, digo. Que hasta las narices de planos de zapatos y de pelusas en el suelo, que tampoco más asientos en hilera, ni esas viejas que miran y que ya a muertas. Qué si, que ya, que el tiempo es relativo pero arruga la frente y encorva y sentada y fumando y esperando a que algo suceda. Y lágrimas porque me quiero levantar y dejar de esperar y no puedo. Y lo intento pero no. Las piernas pesan y a lo mejor quién sabe si, un café más, otro cigarro, y que lo mismo y que sí, que si vuelvo a ver alguien cruzar la calle espero, y pasa y entonces esperanza y sonrisa y otra vez las piernas pegadas, enterradas, hundidas en el suelo, piernas de faro, piernas árbol y arriba ramas que esperan abrazo, pero sólo invierno. Hasta que la señora de al lado que se pudre por dentro, vomita y yo a la vez sobresalto y payaso de caja sorpresa y sin querer de pie, y allí todo se ve distinto y comienzo a andar, raro porque están dormidas, pero ando y mientras ando no espero. O al menos eso creo.
La mosquita
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