miércoles, noviembre 03, 2004


La otra noche me dio por seguir los dibujos que había dejado el agua en los adoquines. Trazos limpios, multicolores, grasientos y llenos de caras. Los seguí sin más, dejando que me guiaran, atravesando calles que nunca me atreví a curiosear, porque yo sola, porque obscuro, porque demasiado triste para caminar más allá de casa, porque todo gris. Pero con los bigotes de lluvia todo resultó divertido, al principio todos eran rama de olivo, pero luego pelos de guitarra y serpientes y acantilados y teclas de piano y colas del paro, y escaleras para arriba y narices y tía Rita y mi pecho y el suyo, y sus dedos, y sus ojos línea y su cejas frías y ya no, ya no resultó divertido. Porque sólo él y adoquines, él y farolas, él y cine y así sin yo querer me volví él, mientras deshacía el camino de adoquines que ya ni mojados, ni multicolores ni llenos de caras. Y de repente me supo a indiferencia, a apatía, a mí qué y a búscate la vida. Y claro decepción y cigarro, y decidí que cada vez más adoquines y cada vez menos él. Y aquí estoy, esperando a que llueva de nuevo para ver que dibujan las gotas esta vez.

La mosquita




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