viernes, octubre 14, 2005

VIVIR EN LA CIUDAD ( Parte II )

Lo que más me desesperaba del asunto, es que no estaba solo...
Muchos otros, llevaban intentándolo durante años. Y esto reducía mis posibilidades.
En un principio, la gente trató de ofertarse en periódicos clandestinos para ser asesinada. Se presentaba con seudónimo o utilizaban mensajes en clave. Algunos solicitaban ser secuestrados. Prometían una convivencia tranquila, siempre y cuando les matasen sin razón alguna. Tampoco funcionó. Nadie se arriesgaba a ejecutar estos deseos, porque la mayoría deseaban ser víctima y no verdugo. Después, se les ocurrió lo del contagio. Así que era posible ver a centenares de personas bebiendo de los deshechos fecales, comiendo basura de los descampados, fornicando como locos a plena luz del día, o asaltando hospitales para inocularse cualquier virus y poder así morir contagiados. El número de suicidas llego a ser tan elevado que se destinó un comando policial a tal efecto. La razón, protegerles de sí mismos. A muchos, las pequeñas sesiones de tortura les hicieron desistir, otros fueron ingresados en instituciones mentales, sólo unos pocos logramos escapar. Aunque prácticamente pasábamos la mayoría del tiempo encerrados en casa, pensando como burlar los controles. De noche, cuando la situación lo permitía salíamos en busca de un verdugo. Increpábamos para ser apaleados hasta la muerte, aprovechábamos la fogosidad de una borrachera, o provocábamos a otros para ser robados con violencia, cualquier cosa valía. Lo único que pedíamos entre sollozos es que nos quitaran la vida allí mismo. Que ya había sido suficiente, que nos rendíamos. Que dejaran que sus manos se confundieran con las de la noche, y así, entre los dos nos arrebatasen la vida. Cerrar los ojos. Descansar para siempre en la noche de todos los tiempos. Pero nunca ocurría nada. Sólo las miradas indiferentes y las carcajadas de los que nos consideraban ciudadanos de segunda clase, una anécdota más, supongo, que comentar al llegar a casa
.

Han pasado tres años y sigo aquí.
Solo, con mi infinita tristeza.
Y nunca pasa nada.


La mosquita.

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