DONDE DESEMBOCA EL CIELO
Y sabía que aquél sol que sobresalía chispeante allí donde desemboca el cielo, le cegaba. Pero vaya usted a saber por qué, seguía mirándolo sin mirar, con los párpados rendidos para que no le quemara más.
Y así, con los párpados consumidos, incendiados, doloridos. Todo inútil. Porque cada vez le dolía más el mirar, y decidió que ya que sabía que no, que ya que cuento y luego muro, que ya que mano en la boca, que silencio, que locura; que a partir de ahora, todo sol, que ojos sin alma, que vistazo, que rabillo; que para qué quemarse con más brillo. Si ya ni párpados, ni ojos, ni nada.
Y así, con los párpados consumidos, incendiados, doloridos. Todo inútil. Porque cada vez le dolía más el mirar, y decidió que ya que sabía que no, que ya que cuento y luego muro, que ya que mano en la boca, que silencio, que locura; que a partir de ahora, todo sol, que ojos sin alma, que vistazo, que rabillo; que para qué quemarse con más brillo. Si ya ni párpados, ni ojos, ni nada.
Pero vaya usted a saber por qué, seguía como una tonta cruzando las calles.
La mosquita
Incrustada en el parabrisas de un coche.
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