viernes, diciembre 10, 2004

SÓLO UN DÍA MÁS.


A pesar de ser mi cumpleaños, creo que era mi cumpleaños, me levanté a las seis de la mañana como siempre, me desperté con una oreja en la almohada y otra en el transistor, la garganta seca y un terrible picor de piernas, ya digo como todas las mañanas. Me incorporé pensando que lo único que te queda cuando cumples noventa y cinco años es la rutina y un terrible dolor de huesos. Dios que frío está el suelo, la pierna como pica la pierna. Pero me levanto y voy al baño, esta vez no llego a tiempo, me pregunto porque siempre me levanto a las seis de la mañana supongo que es para aprovechar el tiempo, sueño tantas veces conque esta noche si, que ésta será la última, imagino la estúpida mueca que tendrá mi no despertar y me aterra. Me miro al espejo y lo que veo me asquea. La cara preñada de manchas, y los ojos grises y empañados, ya ni siquiera recuerdo de que color eran cuando a la mínima tontería brillantes, lo cierto es que tampoco recuerdo si alguna vez en la vida brillantes, esos horribles ojos, casi ciegos, yo creo que hace mucho que me dejaron y que están muertos, decidieron dejarse morir como lo hicieron hace años mis caderas, mis oídos y mis pulmones, a veces las toses se alargan tanto que vomito y lloro apoyado en el lavabo, pero igual me pasa en el tranvía, en el metro o en la cola de la lavandería y peor, porque entonces noto cómo me miran, y sin querer oigo lo que dicen sus ojos, y de repente todo se vuelve conversación, qué si que mayor, que qué suerte la suya, que deje ya tanta historia y tanta tos, que no se queje, que con un canto en los dientes por poder andar, o leer las calles o comer sólo, pero peor aún son los lunes y sus mañanas, la gente me insinúa con sus gestos, que ya está bien de vivir, que les estoy robando el aire del vagón, que me apeé, que me baje ya, qué ya lleva usted noventa y cinco años, qué a donde vamos a llegar.

La mosquita.

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