viernes, febrero 04, 2005

SÓLO UN JUEGO

La otra noche, mientras pelaba mandarinas, tuvo la certeza de que jamás volvería a ser tan feliz como lo era en ese instante, bajo la manta roja, con los pies en la mesa; sabiendo como sabía que nada de todo aquello era real. No lo era. Nada. Ni las madrugadas preñadas de besos sin labios, ni los te quiero, ni los yo siempre a tu lado. Porque sabía que tan sólo palabras, y de las impetuosas, de las que se lleva el viento. Pero igual, porque le entusiasmaba inventarse con ellas historias rocambolescas y de repente volar hasta Berlín, China o Nueva York, que dejar que su corazón en un puño, que tocar como nunca el saxo, que ni rozarse un pelo y escalofrío, que si sí, que si no, que te odio, que lo mismo te quiero, qué que va, que sólo un juego, que toda diván.
Pero ya digo, a esta mujer trastornada le encantaba caminar sin rozar el suelo, porque allí nunca encontraba obstáculos, y podía ser ella todas las veces que le diera la gana, y todo, a pesar de que le mataran las agujetas al despertarse.
La mosquita
Creyéndose mariposa.

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