CURANDO HERIDAS
hoy un poquito de azúcar
a ver si así, mejor sabor de boca.
La mosquita
cruzando las alitas. plim plam.
a ver que pasa ji.
tranquila
un poco más felí. muazzz.
hoy un poquito de azúcar
tengo ganas de andar descalza por un cesped recién regado.
Siete de la tarde. Sol en la espalda. A la derecha, coches que bajan moviéndonos el pelo. A la izquierda paredes deshechas de tanto cartel. A nuestros pies, el suelo.
La una y pico de la madrugada. Pies en la mesa, té y galletas. Cuatro ring de teléfono.
Me encanta sentir su aliento en mi cuello.
19.30 pm
Llegó algo tarde a la cita, digamos que un cuarto de hora. Se había entretenido tomando una copa de vino en casa, -tinto para más señas- nunca había sabido por qué, pero se solía sentir más atractiva si lograba beber algo antes de salir de casa. Cogió su chaqueta verde, chss, chss un poquito de colonia cayendo por el escote y sus llaves. Caminó con paso firme, impulsada por el pegadizo tin tin de las cinco cervezas que brincaban en el fondo de la bolsa. Pensaba emborracharse. Sí, eso le pareció una buena idea. Así que cuando le vio aparecer en el dintel de la puerta haciéndose un porro, supo que esta vez iban a entenderse. Dos besos tranquilos y al sofá. Luego palabrerío y alcohol. Después más palabrerío y alcohol. Más tarde palabrerío y alcohol. A continuación sólo palabrerío. Y ella pensando “venga, bésale ya” Y él con ojos de “venga, bésala ya” Pero como ninguno atrevido, pues entre los dos se instaló el silencio habitual. Veinte segundos, treinta, cuarenta, incluso más. Y claro, como no supieron muy bien que hacer con él, hala! el silencio se repantigó a sus anchas. Y así sin decir ni mu que si los pies en sus rodillas, que si la cabeza en mis hombros, que mejor si os apartáis que quiero echarme un rato, que un poquito de agua no estaría mal. Y ella pensó que hasta ahí podíamos llegar, que ya estaba bien, que no había venido sólo a charlar, que tres eran muchos para un sofá, así que de una patada largó al silencio comodón, y le besó. Él cooperó. Y así comiéndose ansiosos dejaron que les liara la noche.
Se levantó con unas ganas tremendas de comer jamón serrano. Jum vaya,- pensó- mal presentimiento. La última vez que suspiró por tener ese sabor salado entre los labios le robaron la cartera. Fue en Sol. Dos ucranianos. Una navaja. Shhhjjjjj rasguño en el cuello. De repente tragó saliva y el semáforo chim pum, cambió a verde. Retrocedió unos pasos. Dejó que avanzará la niña de las coletas, el señor con sombrero, el músico y los dos perros. Y sólo cuando vio desfilar aquel trasero, aquél tremendo trasero con su ritmo anárquico. Ese par de maracas de vaivén incontrolable, trató de caminar. Pero sus piernas insistían en permanecer enterradas en aquella orilla gris sembrada de cigarros. Les concedió un segundo y medio y lo intentó una segunda y hasta una tercera vez, pero que no, que va. Que allí quieto. Que ahora espantapájaros y estatua. Y el semáforo en verde, y aquella faldita tableada que cada vez menos faldita y más horizonte, que luego punto, que sólo raya. Que nada. Que adiós a cruzar la calle. Que sus piernas estaban hartas que menos ordenes que ahora ellas mandaban. Y comprendió enseguida que era absurdo tratar de convencerles de lo contrario, que dejaría que ellas eligieran. Qué que más daba. Y dejó caer la noche, tieso, junto al semáforo que todavía en verde. Imaginando dónde demonios amanecería mañana.
jou, lo siento...es que al final vacaciones hasta ayer. También playita.