martes, noviembre 30, 2004

SIN TITULO

Ayer encontré por fin alguien que también habita la luna, ahora sólo esperar si me deja habitarlo a él.

la mosquita.

lunes, noviembre 29, 2004

A USTED

A pesar de todo lo que se sobre mí, a veces tengo la sensación de que a usted le resulto pesada. De que le abrazo y asfixio, de que un beso, mil, que una palabra golosina y al instante carrera, humo y huída. Que el lunes, sorpresa, vaya usted a saber porqué, a lo mejor por que me encanta observar como prende el cigarro o ver como se atraganta con las palabras más largas o lo mismo es porque sí, pero usted insiste en mil razones que no me dice pero que cuenta, y la suma le aterra, así que se tapa con la sábana, muerto del miedo, a ver si cuando se despierte el coco del armario se ha esfumado de una vez por todas... ya digo, a pesar de todo lo que se sobre mí, sigue usted sin conocerme.

La mosquita.

jueves, noviembre 25, 2004

El TIEMPO A DESTIEMPO

Al principio me resultó asombroso y divertido, pensé que un fallo en el mecanismo, que un olvidarme de darle cuerda, o tal vez una señal- que le voy a hacer manías del viajero, obsesión por los subtítulos- pero aquello ya duraba una semana y todo igual, y es que en mi salón, lo mismo era la una, que en un par de minutos las seis, que a la media hora las dos, que luego las nueve y al otro rato las nueve otra vez. Pero sólo en mi casa, porque si en la calle las malas caras de la mañana, los tranvías y el café, en mi casa, mediodía y al segundo y medio, la luna en la ventana. Y sinceramente, era un desconcierto, porque no habíamos acabado la copa de vino ni la sopa estaba fría, cuando mi mujer y yo corríamos a por el pijama y las caricias de tierno rigor y cuando casi arrebato y casi cigarro, el despertador y marcas de sábanas en la cara, y cuando ya duchado y desayunado con las llaves en la mano, de nuevo la bruma de la noche y otra vez pijama y ya claro ni arrebato ni ganas.
Lo peor era cuando las horas tontas se quedaban en los huecos y pesaban. Y eran las siete y media y luego las siete y media otra vez. Si al menos primavera, pero era tiempo de castañas y de guantes y lo que menos apetecía era dar un paseo porque en la calle, la noche helada y sólo el eco de las botellas y gritos y barrenderos y putas. Así que al final hablamos durante toda la siesta y durante la noche y parte del mediodía y a la hora del café y un poquito de madrugada y durante un poco de noche otra vez y entre los dos decidimos que mejor en casa, que por qué no jugar que decidir, que más distraído el dejarse llevar. Y entonces llamamos a los amigos y luego vinieron conocidos y no se cómo se corrió la voz, pero que cada día en el portal, colas de mil personas, buscando el otro tiempo que a destiempo, el sin sentido, ese apetito ansioso por trastocar la rutina, en fin, la ruleta rusa. Lo único que nos preocupa a mi mujer y a mí es que somos nuevos en el barrio, y claro con tanto trajín no se que van a pensar los vecinos.
La mosquita.

viernes, noviembre 19, 2004

LA SONRISA RUBIA



Por fin, hoy vuelvo a la ciudad de los colores, donde habita la mujer perfecta. Donde sonrisa rubia, donde curvas montaña, donde manos llave, donde piel tierra, y húmeda y roja, y mil dedos que se enroscan y te apresan, y un arrastrar dulce que te mece y te calma, o lo mismo esa tarde aliento y jadeo y carne de gallina, y es también un estirar de pies y cojines, y té caliente mientras fuera la lluvia y unos labios bebé y una carcajada de horas sin sentido y es el papel que gana a la piedra y también lágrimas que son nombres, que al final palabras, que luego se lleva el viento, pero a ella no, porque es piramide, faro y almena. Es, ya digo, la mujer perfecta.
La mosquita.
A Mo.

jueves, noviembre 18, 2004

NADIE LE ECHÓ DE MENOS

Una vez conocí a un tipo tímido, uno de esos abrigos debajo de una bufanda, debajo de una barba debajo de unas gafas, debajo de unos casi ojos, que casi miraban, que casi decían.
Tan tímido que incapaz de abrazar en los portales, ni que reír en la cama, ni que besar primero, ni que desearlo todo, ni que nada, y así entre tardes y cigarrillos, la muerte.
Pero tan tímido que no se atrevió a decírselo a nadie, y nadie le echó de menos, y su cuerpo sigue ocupando el hueco de los días, pero apesta.

La mosquita

martes, noviembre 16, 2004

SAXO NEGRO

Y pensé que sería un domingo menos, un día más de sólo periódicos, y pies encima de la mesa y comida a deshoras y ficción en blanco y negro, con cigarrillos mal apagados. Pero no, porque con la noche vino el hombre de mirada extravagante y me llevó en metro hasta África, entonces todo negro charol y collares que eran serpientes y esmeraldas y culos batidora y trompetas lanza y sudor tibio y saxofones que mil arañas en mi cuerpo y la espuma de cerveza y el humo y la noche allí arriba y las cabezas saltando alrededor jadeando al tipo que sin descanso, que una y otra vez, que fuera de sí, que su pecho el mío, y sus labios agua, un dejarse llevar, sin casis, ni por pocos, por fin, el todo o nada.

Al, gracias por Femi Kuti.

jueves, noviembre 11, 2004

SE QUEDÓ SIN SABER

De entre todas las teclas del piano, de entre todas las sinfonías, de entre todas, eligió que no, que en otra ocasión, que el piano tal vez mañana, o con otra, pero no conmigo. Que mejor calma y afonía, que para qué un estremecer de dedos, que para qué liarse con partituras, sí mejor en casa boca arriba, si mejor hacer el muerto sin mar, que mejor orilla. Y por eso escogió estación y no tren, y se quedó sin saber que sus manos terciopelo y su cuello barranco; que sus labios y cien musas y que su cuerpo alimento, libro y almohada, que nunca antes, que de entre todos, que siempre la vida.
Y se quedó sin saber, se quedó con el no, con lo peor de mí, con lo que no soy.

La mosquita

TIERRA DE NADIE


Hace unos días habité en tierra de nadie contigo, preñada de blancos cama, de amarillos patio, de rojos jamón y cafés palabra. Todo gestos y manos y espejo y solos, porque estábamos solos, aunque unidos, porque no hay mayor vínculo que las afinidades como ya Córtazar. Y así ocupamos el hueco de los días, revisando los cuadernos que vomitan por la mañana, pensando finales mejores para la guillotina, como dos idiotas cruzando las calles, con pelusas bailando en los bolsillos y con la ausencia, y mientras, en la cama fría esperaban Céline, Pope, Witgenstein y la Jurado. Y al caer la noche, cada uno con su nana, la mía toda trompeta, la tuya puro sexo, acunándote dulce, casi madre; confesándote que sí, que ya viviendo juntos, que si la tienda cerrada, que ya pongo yo la mesa, que yo prefiero almohada, y que sí, que tú, que tú siempre mañana.

La mosquita.
Thank you j.

jueves, noviembre 04, 2004

La espera

Y esperó y esperó hasta que se dió cuenta de que era algo absurdo, la propia espera, digo. Que hasta las narices de planos de zapatos y de pelusas en el suelo, que tampoco más asientos en hilera, ni esas viejas que miran y que ya a muertas. Qué si, que ya, que el tiempo es relativo pero arruga la frente y encorva y sentada y fumando y esperando a que algo suceda. Y lágrimas porque me quiero levantar y dejar de esperar y no puedo. Y lo intento pero no. Las piernas pesan y a lo mejor quién sabe si, un café más, otro cigarro, y que lo mismo y que sí, que si vuelvo a ver alguien cruzar la calle espero, y pasa y entonces esperanza y sonrisa y otra vez las piernas pegadas, enterradas, hundidas en el suelo, piernas de faro, piernas árbol y arriba ramas que esperan abrazo, pero sólo invierno. Hasta que la señora de al lado que se pudre por dentro, vomita y yo a la vez sobresalto y payaso de caja sorpresa y sin querer de pie, y allí todo se ve distinto y comienzo a andar, raro porque están dormidas, pero ando y mientras ando no espero. O al menos eso creo.

La mosquita

miércoles, noviembre 03, 2004


La otra noche me dio por seguir los dibujos que había dejado el agua en los adoquines. Trazos limpios, multicolores, grasientos y llenos de caras. Los seguí sin más, dejando que me guiaran, atravesando calles que nunca me atreví a curiosear, porque yo sola, porque obscuro, porque demasiado triste para caminar más allá de casa, porque todo gris. Pero con los bigotes de lluvia todo resultó divertido, al principio todos eran rama de olivo, pero luego pelos de guitarra y serpientes y acantilados y teclas de piano y colas del paro, y escaleras para arriba y narices y tía Rita y mi pecho y el suyo, y sus dedos, y sus ojos línea y su cejas frías y ya no, ya no resultó divertido. Porque sólo él y adoquines, él y farolas, él y cine y así sin yo querer me volví él, mientras deshacía el camino de adoquines que ya ni mojados, ni multicolores ni llenos de caras. Y de repente me supo a indiferencia, a apatía, a mí qué y a búscate la vida. Y claro decepción y cigarro, y decidí que cada vez más adoquines y cada vez menos él. Y aquí estoy, esperando a que llueva de nuevo para ver que dibujan las gotas esta vez.

La mosquita




martes, noviembre 02, 2004

MI CAMA NUEVA

Me han traído una cama enorme. Inmensa y blanca. Se amolda como nadie a mi extraña figura. Apenas unas horas y ya me enamorado de ella. Al principio aparentaba iceberg y nevada, pero luego bastaba con mirarla un poco, un cierto interés, un queriendo cama y sólo cama, para que se dejara hacer y consintiera. Entonces donde había cama ahora balsa y lago y mar y océano y un sumergirse entre sueños, y mil brazos que columpian para que cada noche, tu sueño, siempre distinto. Desde que estoy con ella no tengo pesadillas, quizás algún sudor frío pero igual que en el banco o en la oficina, pura resaca del día. Con ella ya digo, todo sueños, pero de los buenos, de esos que uno recuerda bebiendo el zumo de naranja, y claro no puedo dejar de estar con ella, cualquier hora, cualquier momento. Ya no sólo como, desayuno y ceno en la cama, sino que pongo excusas para no salir a trabajar, ni ir con amigos, ni sacarme a pasear puedo, ya sólo puedo con ella, solo con ella. Lo único que temo es que en una de esas que me obligo a salir de la cama para ir al servicio, me pille la muerte sólo y en mitad del pasillo.
La mosquita

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